Son algunas, y otras más escatológicas, de las sensaciones que sufro y vivo.
Otra vez, y van ya tantas, hablamos de gente que envilece la política, que la llena de mierda asquerosa, que demuestra que llegó a la política para medrar, para enriquecerse, para robar y mangonear, para traficar, para ser comisionista.
Nada nuevo bajo el sol. Lo he dicho muchas veces. En la política se cuelan seres despreciables. Lo triste, lo preocupante, es que estas gentes, que son minoría entre quienes trabajan en política, tapan con sus vergüenzas el trabajo digno, honrado y honesto de la gran mayoría de políticos y políticas que, día a día, trabajan por la ciudadanía.
Estas gentes despreciables, corruptas y miserables, además de desprestigiar la política, son lacayos y lameculos de esa otra gente, aún más miserable, corrupta y despreciable, que les utiliza, que les da unas migajas de lo que roban con sus corruptelas.
De esta otra gente nunca se habla. Pero no habría corruptos si no hubiera corruptores. Estas gentes, las que verdaderamente se benefician, las que esquilman el erario público, las que sacan la mayor tajada, se van de rositas. La culpa, el marrón de cuando salta un caso de corrupción, se la traga (bien tragada) el corrupto, pero nada le pasa al corruptor.
Buena parte de responsabilidad en ello tienen esos pseudo medios de comunicación especializados en el morbo, esas tertulias de sabelotodos, esas redes sociales colonizadas por agitadores/as,…
No voy a entrar en aquello del y «tú más». Se supone que todos y todas somos mayorcitos/as y sabemos los casos habidos, las tramas conocidas, las juzgadas y las pendientes de juzgar. Sabemos, también, lo que han hecho los partidos que tienen, o han tenido, casos de corrupción. Así que saquen las conclusiones oportunas.
El verdadero drama, el que me produce esa sensación de frustración y desengaño, es como toda esta puñetera gente contribuye a desprestigiar la política, a alimentar aquello de «todos iguales», a facilitar el camino al populismo y, en definitiva, al fascismo.
Ciertamente, estos casos, en la izquierda, para las gentes y votantes de izquierda, producen un mayor cabreo, dejan a la gente sin argumentos y les llevan al planteamiento de «yo no voto».
Siempre dije que aquello que se coreaba en las plazas de «PSOE, PP, la misma mierda es» era tremendamente injusto. Igual que es un despropósito generalizar. Miren bien la trayectoria y recorrido de ambos partidos y de los gobiernos que hemos tenido presididos por ambos.
Lamentablemente, en este caso, el PSOE y Sánchez no han estado muy acertados. Vale que han cesado y echado a otro corrupto (el 2º Secretario de Organización que le sale rana a Sánchez), vale que (otros/as no lo hacen) ha pedido disculpas a la ciudadanía y vale que va a remodelar la dirección del PSOE.
Pero falta un paso adelante, falta recuperar la credibilidad y falta enfrentarse a toda esta porquería de las cloacas recuperando la iniciativa política. Un buen primer paso sería someterse a una moción de confianza. Con ello volvería a quedar claro cual es la mayoría del congreso que mantiene al Presidente y a su Gobierno, despejaría dudas sobre cuales son las verdaderas alianzas y le quitaría a la derecha varios de sus argumentos.
Con todo, la corrupción no dejará de ser un lastre para la democracia mientras no se persiga, con la misma intensidad y mano dura, a los que corrompen, a quienes son responsables de la corrupción.
Desgraciadamente esto no es nuevo en este puñetero país. Antonio Machado, por boca de Juan de Mairena, ese profesor inventado que creó, decía a sus alumnos/as: «La política, señores, es una actividad importantísima. Yo nunca os aconsejaré el apoliticismo, sino, en último término, el desdeño de la política mala que hacen los trepadores y cucañistas, sin otro propósito que el de obtener ganancias y colocar parientes».
Lamentablemente, episodios como estos que vivimos, las filtraciones continuas, los autos judiciales incomprensibles, el ruido constante, el insulto permanente, el estercolero de las redes sociales, los bulos y mentiras, han hecho que hoy en día se crea más a «cucañistas» y «arribistas» que a quienes creen, y practican, con honestidad y honradez algo imprescindible en una democracia como es la política.











